El
Saco de Beneficencia
James
Russell Lowell, en su obra “La Visión de Sir Launfal” cuenta la historia
del joven y ambicioso caballero Sir
Launfal, envuelto en brillante armadura y llevando lujosos vestidos, que parte
de su castillo para buscar el "Santo Grial", llevando en su estandarte
la cruz, el símbolo de la benignidad y de la ternura de Cristo, el amante y
humilde, pero en el corazón, el orgullo y desdén para el pobre y necesitado.
Encuentra
a un leproso, y desdeñosamente le tira una moneda de oro como si entregara un
hueso a un animal hambriento. Este no alza el oro del polvo y dice: “...mejor
para mí es la corteza del pan del pobre; mejor la bendición de este, - aunque
tenga que retirarme de su puerta con las manos vacías. No son verdaderas
limosnas las que sólo pueden tomarse con la mano. Es inútil el oro de aquel
que da solo porque le parece un deber hacerlo. Pero aquel que parte de su
pobreza, y da para quien no está al alcance de su vista...””...la mano no
puede abarcar toda su limosna.”
Este
pasaje del escritor estadounidense del Siglo XIX puede entenderse en un primer
momento como una poética descripción de lo que significa la caridad y la noción
de beneficencia que toda persona por su calidad de ser humano debe hacer parte
de sí.
Sin
embargo mas allá de eso representa, que en realidad el dar supone no un acto de
desprendimiento, sacrificio u
obligación, sino por el contrario, un comportamiento plenamente voluntario que
conforme un modo de vivir, sentir y de “convivir”.
En
nuestros trabajos se circula el “saco de beneficencia”, cuyo destino es la
caridad y la ayuda a aquéllos hermanos que requieran de los medios materiales
para subsistir o para superar alguna necesidad inmediata; sin embargo dicho acto
que se encuentra también presente en otras ceremonias como es el caso de la
misa Católica, debe constituir mas allá del acto exterior de introducir la
limosna respectiva, un pequeño espacio de reflexión que nos permita recordar
que, por sobre todas las cosas la beneficencia debe ser practicada durante cada
acto de nuestra vida, pero no por un “deber
ser”, similar al cumplimiento de aquéllas normas que hemos interiorizado
para nuestra vida en comunidad tales como las de tránsito, las de urbanidad o
las del respeto a la propiedad ajena; sino por el contrario, y respondiendo a
causas anteriores y mucho mas intrínsecas a nuestro “ser”,
el dar debe formar parte de aquéllas normas que se originan y son consecuencia
de nuestro propio bienestar, de la paz y felicidad, que bajo cualquiera de las
formas en que se encuentre recubierta o definida, constituye indudablemente la
meta que en común deseamos alcanzar.
En
este orden de ideas se tiene que la circulación del saco de beneficencia
representa la posibilidad que los H:. reunidos en su M:. L:. puedan hacer
objetiva la ayuda al mas necesitado, pero adicionalmente a ello es la
representación simbólica de lo que un masón enfrenta en su vida diaria al
interactuar con sus semejantes, puesto que en cada interacción, de una u otra
forma puede decidir entre atender a la necesidad ajena, o ser indiferente a la
misma.
Otros
dos aspectos vinculados al presente tema, que no hacen sino complementar lo
dicho anteriormente tiene que ver con la corteza de pan que obsequia el pobre, y al hecho dulcemente cierto
que, las verdaderas limosnas no son aquéllas
que sólo
pueden tomarse con la mano.
Que
fácil es desprenderse de aquello que uno siente innecesario o prescindible,
pero que difícil es renunciar a todo lo que puede ser considerado deseable
-desde cualquier punto de vista- para nuestra propio bienestar presente o
futuro. Lo dicho sin embargo no debe ser interpretado en forma -por demás
equivocada- en el sentido que, la entrega a terceros de lo que poseemos en
abundancia no es un acto de beneficencia ni de generosidad, sino mas bien supone
que, en el proceso de dar, es necesario tener como punto de partida la necesidad
del prójimo y como culminación el análisis de nuestras propias fuerzas y
posibilidades para satisfacer la misma y no al contrario.
Bajo
esta óptica habrán ocasiones en que las necesidades ajenas puedan llegar a ser
llenadas mediante algo tan fácil de dar como una palmada en la espalda, sin
embargo lo importante es la continua disposición individual a reconocer que,
como hijos del G:.A:.D:.U:., nos guía un fin común y supremo como hermanos, y
que sólo en la medida en que sea alcanzado por todos, nuestro camino individual
habrá llegado a su final.
De
otro lado, como parte de las frases que ya forman parte de la sabiduría popular
o doméstica, quien no ha dicho o escuchado mas de una vez aquéllo de “... es
mejor enseñar a pescar al hambriento que el darle el pescado”, lo cual puede
ser interpretado entre otras formas, en el sentido que la generosidad reside en
permitir que aquéllas personas con las que compartimos nuestra existencia
puedan llegar a ser lo mejor dentro de sus propias potencialidades y
circunstancias, lo cual bajo mi concepto supone el haber aprendido que cualquier
momento es el mejor para dar, y que el ser “mason” y el ser “humano” no
es solamente el deber de cumplir con la obligación de auxiliar a la persona en
estado de necesidad, sino por sobre todas las cosas poder destinar algo mas
valioso que nuestras posesiones materiales en favor de los demás, que es
nuestro propio tiempo.
Q:.H:.
Miguel de Pomar
V:.
de Lima, 10 de marzo de 2003